— ¿De dónde son?
— De Chile, en Sudamérica.
— Ahh, claro, lo conozco: Zamorano, Pinochet, las Torres del Paine…
En medio de una crisis gubernamental gigante, donde incluso se puso –dudosamente- en jaque el cargo de la presidenta, el ahora ex ministro del Interior Rodrigo Peñailillo visitó las Torres del Paine. La intención del Gobierno era monitorear el plan de reforestación y el avance en las medidas preventivas luego del incendio que afectó y consumió miles de hectáreas hace cuatro años en, palabras textuales del entonces secretario de Estado, el principal parque de Chile. Y es que difícilmente puede ponerse en duda que, además de una buena pauta para desviar un poco la atención, esta zona protegida es la más conocida del país. Lo dijo la National Geographic al nombrarla el quinto lugar más hermoso del planeta en 2011 y ese mismo año, luego de una extensa votación popular en el concurrido sitio VirtualTourist, fue elegida como la Octava Maravilla del Mundo. Distinciones que sin duda ayudan a que las Torres sean el parque chileno que más visitas de extranjeros tiene al año y el único que, junto a Rapa Nui, recibe más turistas foráneos que nacionales. Por lo mismo, su historia está marcada por idiomas que distan mucho del español.
Uno de los primeros en dar aviso de este paraíso terrenal fue el explorador sueco Otto Nordenskjöld. Luego de pasar años llegando a los lugares más fríos de la Tierra, experiencias que incluyeron una estadía por casi un año en la Antártica en 1902 debido a un accidente que sufrió el barco que debía llevarlo de vuelta a casa, este geólogo y geógrafo europeo continuó sus aventuras en la Patagonia veinte años después. Ahí fue cuando descubrió el lago que actualmente lleva su nombre y que cautiva hasta hoy con su color turquesa. Otro lago de la zona le debe el nombre a un colega y compatriota generacional de Nordenskjöld: Carl Skottsberg. Este explorador, aunque es más conocido por sus aportes científicos en los PN Rapa Nui y Juan Fernández a principios del siglo XX, recorrió la zona y descubrió la masa de agua que es reconocida con su apellido. Y así está el lago Dickson, el Geikie, el Bush, el Grey y el Tyndall, todos asociados a personas que vinieron de lejos para comenzar a bautizar un lugar único en el mundo.
Más de medio siglo después que los exploradores, los extranjeros siguieron haciendo historia en las Torres. Pero ahora de la mala. Fue en 1985 cuando un japonés fumador dejó una colilla mal apagada y el viento, que en el parque día a día sopla con rabia y alcanza rachas que sobrepasan fácilmente los 100 kilómetros por hora, hizo el resto del trabajo: fueron 14 mil hectáreas borradas por el fuego y la primera gran tragedia contemporánea del parque. Veinte años después el culpable fue Jiri Smitak, de República Checa, que dejó caer una cocinilla y terminó causando la quema de otras 15 mil hectáreas; al hombre de 31 años lo multaron con 120 mil pesos y su país costeó lo equivalente a 30 mil árboles para la zona dañada. En 2012 la sanción fue bastante mayor para el israelí Rotem Singer, a quien se le cobraron cerca de cinco millones de pesos luego de ocasionar a fines del 2011 un incendio que terminó con el 7% de Torres del Paine en cenizas; al Estado le costó más de mil millones apagar el fuego y ha tenido que desembolsar varios otros miles en un plan de reforestación que sigue en curso. Solamente recuperar una hectárea luego de un incendio cuesta alrededor de 800 mil pesos. Matemáticas simples.
Si al sector público le toca gastar, el privado en Torres del Paine gana. Y es que aunque gran parte de la gente que llega hasta el parque lo hace con la intención de caminar –casi siempre realizando los dos circuitos clásicos, la O y la W-, dormir en carpa, comer tallarines, calentar el café en la mañana sin que el viento apague la cocinilla y disfrutar de un Súper 8 luego de kilómetros de trekking y pensar que es lo mejor que has comido en tu vida, hay otros, principalmente extranjeros (europeos, estadounidenses y muchos brasileños), que optan por una alternativa de lujo: los hoteles cuatro y cinco estrellas que hay dentro del parque. Ahí la gente toma un desayuno buffet que ofrece desde una sana avena con miel hasta huevos con tocino y papas fritas; luego sale a caminar durante todo el día en tours que da el mismo hotel y que en ocasiones forman parte del paquete all inclusive; en la tarde arriban a la habitación para ducharse con agua caliente y revisar sus redes sociales con el wifi exclusivo; después pasan al restorán a comer un congrio con salsa de pulpo o un cordero macerado en arándanos y de postre mouse de calafate o una torta de tres leches; y antes de acostarse en las camas con sábanas de 500 hilos y calefaccionadas, pasan por el bar a tomarse el bajativo y comentar el recorrido hasta la base de las famosas Torres o la magia del Valle del Francés a pesar de una jornada en que el viento y la lluvia marcaron todas las fotos con gotas que agrandan las caras en los visores.
Sigue el viaje en el Facebook oficial de la aventura.
Caminar por Santiago. Recorrer la Alameda entera e inmiscuirse en cada una de las calles que la cruzan. Visitar a pie las comunas de Puente Alto, Colina y Peñaflor. Terminar y darse cuenta que completaste una travesía de 70 mil hectáreas que conforman la capital de Chile.
#Parques2015 es algo así, pero 128 veces más grande. Los edificios y el cemento cambiarán por más de 9 millones de hectáreas conformadas por alerces milenarios, lagunas vírgenes, áridos desiertos, glaciares en peligro, pumas e historias desconocidas hasta ahora.
Serán cinco meses de recorrido por los 36 Parques Nacionales del país. Un viaje que contempla 12 mil kilómetros de trayecto por tierra, además de otros ocho mil kilómetros por mar y cielo.