Nacer para morir. Elegir a los niños antes de que respiraran y prepararlos durante algunos años para una muerte que aseguraría la vida del resto de la comunidad. En otros casos la elección se hacía más adelante, cuando los menores ya tenían capacidad de darse cuenta de lo que estaba pasando. En esos casos se los preparaba durante cerca de dos años para el sacrificio. Cambiaban de posición social, los alimentos variaban e incluso investigaciones científicas han postulado que el consumo de coca y de alcohol era clave en ese periodo entre la vida y la muerte. Todo esto era parte del Capac Cocha, ceremonia Inca que buscaba agradecer a los distintos dioses con las ofrendas humanas. Luego de perder la vida, los niños eran enterrados junto a sus ajuares, que componían detalladas figuras humanas y animales en miniatura, alimentos y distintos utensilios típicos de la cultura. Durante mucho tiempo este ritual solamente tuvo como respaldo los diarios de los españoles que llegaron a América en el siglo XVI y uno que otro hallazgo arqueológico que aparecieron en las alturas de la Cordillera de los Andes. Sin embargo, en marzo de 1999 a pocos metros de la cima del volcán Llullaillaco ocurriría un hecho impresionante que ayudaría a aclarar bastante el panorama.
Esa montaña le da el nombre desde 1995 a uno de los dos parques nacionales de la región de Antofagasta. Enclavado entre la Cordillera Domeyko y la de los Andes -a una altura sobre los cuatro mil metros sobre el nivel del mar- esta área protegida cuenta con uno de los accesos más complicados y mal señalizados para un visitante común y corriente. Por eso, el sólo hecho de intentar llegar en un 4x4 es una experiencia recomendable para los aventureros. Luego de seguir las instrucciones básicas que entregan las pocas guías de parques que existen en Chile, que básicamente señalan que hay que tomar la ruta que conduce a la Minera Escondida y luego desviarse rumbo al paso internacional Socompa. Después viene lo complicado: en un punto entre las quebradas Zorras y Zorritas hay que comenzar a probar suerte con las indicaciones que se contradicen y con los consejos de los trabajadores que pocas veces tienen idea de la existencia del lugar. Al final es seguir huellas por la mitad del desierto con el volcán como punto de referencia y tener la suerte que te vayan enrielando hacia la entrada del parque. Ahí, un cartel te da la bienvenida y las señalizaciones de Conaf guían perfectamente hacia los distintos sectores de una zona que tiene 268 mil hectáreas.
La gran mayoría de la gente que visita el parque lo hace con la intención de conquistar la cumbre del segundo volcán activo más alto del mundo. Para aquellas personas, Conaf dispone de refugios de alta montaña equipados con camas y colchones, además de una nueva guardería con todas las comodidades necesarias. La aproximación a la montaña se puede hacer en el vehículo con doble tracción y ahorrarse buenas horas de caminata. Después, dependiendo de la aclimatación y el físico de los excursionistas, la travesía puede tomar entre dos a tres días, en los cuales se puede dormir en uno de los dos campamentos que existen, de lo contrario, y si se quiere seguir un ritmo más lento, existen buenos lugares para acampar a lo largo del recorrido. En la cima del volcán se encuentran construcciones de piedra que servían como santuario para los Incas, que fueron descubiertos por la primera expedición deportiva que alcanzó la cima del volcán. En 1952 Bión González y Juan Harseim dieron aviso de estos sitios y desde entonces fue punto de gran interés para los arqueólogos. Fue precisamente esa huella la que llevó al antropólogo estadounidense Johan Reinhard a organizar varias ascensiones para buscar hallazgos que permitieran conocer más sobre los Incas. Y fue en 1999, cuando con el apoyo de la National Geographic, y un grupo formado por la arqueóloga argentina Constanza Ceruti más varios montañistas y científicos trasandinos y peruanos, cuando encontraron algo pocas veces visto.
El primero en aparecer fue El Niño: un cuerpo de, obvio, un niño de cerca de siete años que fue enterrado, previo sacrificio, hace aproximadamente 500 años. Tanto su estado de conservación como el de los elementos que fueron encontrados en su tumba eran asombrosos. En una entrevista que dio Reinhard en 2005 al diario El País de España, resumió su impresión con palabras que clarifican todo: “Las manos de aquella momia parecían más vivas que las mías. Estaban tan extraordinariamente preservadas que me pareció que iban a moverse en cualquier momento”. Luego vinieron La Doncella (un cuerpo de una adolescente de alrededor de 13 años) y La Niña del Rayo (cadáver de una pequeña de cinco años que debe su nombre a un relámpago que en algún momento entre el siglo XVI y el XX impactó la tierra y logró perforar la tumba y dañar un poco el cuerpo). El increíble hallazgo llevó a la provincia de Salta en Argentina a crear un museo especialmente para exhibir a los Niños del Llullaillaco, con tecnologías que lograran simular el clima en que estuvieron por cinco siglos: ausencia casi absoluta de bacterias, baja presión atmosférica y poco oxígeno. El perfecto estado de los cuerpos permitió, incluso, encontrar a un pariente vivo de uno de los sacrificados y conocer el régimen alimentario de los niños. Lo que aún es un misterio es la forma en que terminaban con sus vidas; algunos se inclinan por la violencia y otros por métodos más “pasivos”, que a la larga son solo conjeturas menores cuando se busca entender qué llevaba a esos seres humanos a realizar una práctica tan alejada de cualquier concepción ética y moral contemporánea.
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Caminar por Santiago. Recorrer la Alameda entera e inmiscuirse en cada una de las calles que la cruzan. Visitar a pie las comunas de Puente Alto, Colina y Peñaflor. Terminar y darse cuenta que completaste una travesía de 70 mil hectáreas que conforman la capital de Chile.
#Parques2015 es algo así, pero 128 veces más grande. Los edificios y el cemento cambiarán por más de 9 millones de hectáreas conformadas por alerces milenarios, lagunas vírgenes, áridos desiertos, glaciares en peligro, pumas e historias desconocidas hasta ahora.
Serán cinco meses de recorrido por los 36 Parques Nacionales del país. Un viaje que contempla 12 mil kilómetros de trayecto por tierra, además de otros ocho mil kilómetros por mar y cielo.