Tal como se había pactado, cuatro años después de los primeros Juegos Olímpicos de la era moderna en Atenas, la cita deportiva volvió a realizarse. Tras desistir en la idea de que los juegos permanecieran en Atenas, la selección de la sede fue una decisión casi unánime: París, el hogar del barón Pierre de Coubertin.
La idea de los organizadores era aprovechar la Feria Mundial que en la misma fecha debía realizarse en la capital gala, lo que finalmente fue un arma de doble filo, ya que un evento se devoró al otro. El gobierno francés se hizo cargo de la organización y la competencia olímpica quedó en segundo plano. Se extendió por más de seis meses y, embutida en el sentido comercial de la feria, cedió parte del espíritu que había celebrado en su primera edición. El desorden fue tal que incluso algunos atletas nunca supieron que habían estado en unos Juegos Olímpicos, especialmente en deportes que habían sido recién introducidos al programa: cricket, croquet, golf y vela.
Entre los aspectos positivos estuvo el debut femenino en las competencias. Un total de 22 mujeres participaron en pruebas como el tiro con arco y el croquet. La británica Charlotte Webber fue la primera en ganar una competencia, al imponerse en el tenis. Entonces aún no se entregaban medallas.
Uno de los grandes ganadores de la competencia fue el atleta Alvin Kraenzlin, quien consiguió ganar cuatro pruebas atléticas individuales: 60 metros, 110 metros, 220 metros vallas y salto alto. Nadie ha podido ganar tantas pruebas de atletismo en una misma cita olímpica desde entonces.
El medallero final favoreció ampliamente a la delegación local, aunque se levantaron varias sospechas a lo largo de las pruebas. Los maratonistas estadounidenses, por ejemplo, no se explicaban cómo al llegar a la meta, sin haber sido adelantados por nadie durante la carrera, se encontraron con los franceses ya ganadores y sin muestras de cansancio.