Los de Munich serán recordados como el capítulo más negro en la bitácora olímpica. En lo deportivo, aparecieron grandes campeones e hitos para recordar. Pero todo perdió brillo, ante los sucesos del 5 de septiembre, que costaron vidas que ninguna medalla puede restaurar.
Esa mañana nueve terroristas palestinos se introdujeron en la Villa Olímpica, asesinando a dos integrantes de la delegación de Israel, además de secuestrar a otros nueve. La tragedia terminó en el aeropuerto militar de Munich, donde un tiroteo terminó con las vidas de los secuestrados, cinco terroristas y un policía alemán. Luego de 34 horas de luto, el Comité Olímpico desafió al terrorismo e hizo continuar los juegos.
Entre el horror, un estadounidense alcanzó la gloria. El nadador Mike Spitz se llevó a casa siete medallas de oro. Nunca antes, ni tampoco después, un deportista ha llegado a esa marca en una misma edición de los juegos.
En el atletismo, el finlandés Lasse Viren dio un ejemplo de persistencia en los 10 mil metros. En la mitad de la prueba, sufrió una caída que le hizo perder la primera posición. Viren se puso de pie y corrió la última vuelta más rápido que nunca, consiguiendo no sólo la medalla de oro, sino que además el récord del mundo.
En todos estos años, el equipo de baloncesto de Estados Unidos aún no reclama sus medallas de plata. En la final ante la Unión Soviética, los estadounidenses completaron su primera derrota en la historia del básquetbol olímpico, en un epílogo lleno de polémica. Con tres segundos en el reloj -que según los de EE.UU. nunca existieron-, los soviéticos se llevaron el triunfo y el oro. Las preseas de Estados Unidos aún están guardadas en Suiza.
En Munich coincidieron dos deportistas extremos. El luchador estadounidense Chris Taylor, de 186 kilos, es el deportista olímpico de más peso en la historia. En tanto que el basquetbolista Tom Burleson, con 2,23 metros, ha sido el más alto en competir.
La fiesta olímpica, esta vez con un sabor amargo, tuvo por primera vez una mascota: Waldi.