Nuevamente el horror de la guerra había dejado los Juegos Olímpicos en silencio, esta vez por 12 años. Tanto tiempo había pasado, que el conde Pierre de Coubertin falleció en el intertanto, dejando huérfana a la era moderna de los juegos. Tokio y Helsinki serían sedes en esos años que pasaron, pero la paz se ausentó de aquellas potenciales sedes. Londres apareció como la solución.
El histórico estadio de Wembley fue el principal recinto del certamen, que por primera vez fue transmitido masivamente por televisión para los ciudadanos que tuviesen el aparato. Muchos pudieron ver en directo la brillante actuación de la holandesa Fanny Blankers-Koen, ganadora de cuatro medallas de oro en el atletismo y una de las grandes figuras del certamen.
Una de las grandes revelaciones fue el estadounidense Bob Mathias, de 17 años. Poco después de graduarse de la escuela, Mathias participó en tres decatlones antes de viajar a Londres. Pese a su juventud, ganó la competencia y se convirtió en el deportista más joven en ganar oro en atletismo.
Entre los triunfos anecdóticos está el de la francesa Micheline Ostermeyer, que antes de ganar el lanzamiento de la bala y el disco, era un concertista en piano. El húngaro Karoly Takacs, en tanto, perdió su brazo diestro en la guerra y debió aprender a disparar con la zurda, llegando a ganar la medalla de oro en el evento de pistola de fuego rápido.
Otro nombre comenzaba también a hacerse un espacio en la arena olímpica: Emil Zátopek. El corredor checoslovaco escribiría su primer capítulo de éxitos al imponerse en la prueba de 10 mil metros. Era el inicio de la "Locomotora Humana".
Los países latinoamericanos poco a poco fueron ganando algo de respeto, tras años sin aparecer en el medallero. Brasil fue uno de los que consiguió su primera medalla, como también lo hicieron Jamaica, Perú, Panamá, Puerto Rico y Trinidad & Tobago. Para Chile, aún faltarían cuatro años.