La reconstrucción de Japón tras la II Guerra Mundial tuvo como uno de sus puntos cúlmines la realización de los XVIII Juegos Olímpicos, que por primera vez fueron acogidos en tierras asiáticas. Yoshinori Sakai, un joven nacido el mismo día que cayó la bomba atómica en Hiroshima, fue quien encendió la llama olímpica.
Al programa olímpico se integran el vóleibol y, en forma de apoyo a los locales, el judo, un deporte de tradición japonesa. Curiosamente, y para sorpresa de todos, un holandés es el primero en ganar en la categoría open de esta arte marcial. Japón luego se pone al día al ganar las otras tres medallas en disputa.
La natación, una vez más, tuvo como dueño a los Estados Unidos. Uno de sus nadadores, Dob Schollander, se colgó cuatro preseas doradas, una marca inédita hasta entonces en cualquier disciplina. En todo caso, la gimnasta soviética Larissa Latynina quebró todas las marcas, al totalizar en sus terceros juegos un máximo de 18 medallas, nueve doradas, durante su carrera.
Otro ilustre entre los presentes fue el boxeador estadounidense Joe Frazier, medalla de oro en los pesos pesados. Su nombre más tarde se llenaría de gloria en los cuadriláteros profesionales.
La maratón tuvo otra vez como protagonista al etiope Abebe Bikila, el primer atleta en ganar dos veces la prueba de los 42 kilómetros. Al contrario de Roma 1960, esta vez sí utilizó calzado para cumplir el recorrido.
En Tokio se instauró por primera vez el premio al juego limpio. Los ganadores fueron dos remeros suecos, que detuvieron su embarcación en plena competencia, para asistir a dos rivales que habían sufrido un accidente.