El símbolo más gráfico de la realización de los Juegos Olímpicos de Estocolmo, es el cronómetro. No sólo porque por primera vez se utilizó en una justa olímpica, aclarando los resultados y registros, sino porque toda la organización siguió esa línea: fue una cita calculada y correctamente formal.
Nadie se quejó en Estocolmo. Quizás los boxeadores, porque no pudieron competir, ante la negativa de las autoridades locales de permitir ese deporte en su país. Esta "rebeldía" llevó al COI a nunca más permitir que los organizadores locales definieran la parrilla de deportes para cada certamen olímpico.
En lo deportivo, el propio Rey Gustavo V reconoció al estadounidense Jim Thorpe como "el mejor atleta del mundo". Thorpe, de etnia pielroja, ganó medallas en el pentatlón y el decatlón, aunque ambas le fueron despojadas tras descubrirse que había jugado béisbol a cambio de algo de dinero (es decir, profesionalmente) años atrás, rompiendo el espíritu amateur que los deportistas olímpicos aprueban. Algunos consideraron la medida como "racista", hasta que 71 años después el COI devolvió las medallas a los nietos de Thorpe.
La utilización del cronómetro fue un gran mérito. Así, nadie pudo negar los triunfos del finlandés Hannes Kolehmainen en tres pruebas de distancia. La maratón no sólo se corrió en las calles, sino que también tuvo su versión en la lucha libre, cuando un duelo por semifinales en el estilo greco-rromano, se definió luego de once horas y 40 minutos de brega. Otra maratón estuvo en los pedales, ya que la prueba de ciclismo de ruta tuvo el trazado más largo de la historia: 320 kilómetros.
Por primera vez en la historia se contó con participantes de los cinco continentes. Asia, que nunca había estado representada, marcó presencia con algunos deportistas japoneses, que demostraron bastante potencial en las pruebas de natación.
La competencia olímpica se cerró con una nota triste. El corredor portugués Francisco Lázzaro falleció durante la maratón, siendo el primer deportista que fallece durante una competencia olímpica. Un punto negro para una competencia donde el espíritu olímpico brilló como nunca antes.