“Siga derecho y en la primera dobla hacia la izquierda. Pocos metros más allá pasará por fuera del estadio Joao Havelange y vuelve a doblar a la derecha …”
Recibiendo instrucciones de cómo salir de Uberlandia (donde vimos las primeras favelas y el paisaje dejó el verde permanente por un color café claro de los pastizales ya secos) escucho por primera vez desde que estamos en Brasil el nombre de quien presidió el deporte brasilero por casi 20 años y posteriormente el fútbol mundial por otros 24 años.
Seguramente está, a sus 98 años, en su departamento en Ipanema siguiendo las alternativas del torneo.
Sus actuaciones a nivel deportivo (fue nadador y waterpolista olímpico) son reconocidas en Brasil. Sus actuaciones a nivel dirigencial forman parte del repudio universal.
Así es el ocaso de un hombre que fue clave en la transformación del fútbol. Qué le dedicó inteligencia, sabiduría y también mucha energía. Pero cometió ilícitos que, cuando había que probarlos, simplemente se negó a que le juzgaran.
Lo hizo renunciando al deporte (era el miembro más antiguo del Comité Olímpico Internacional y Presidente Honorario de FIFA) y así se liberó de sanciones y castigos ante pruebas que eran evidentes.
Un depósito mal realizado le cambió la vida y el status. Alguien de la empresa ISL (la que manejaba el marketing de FIFA hasta el 2000) depositó dinero en la cuenta de la FIFA. Nadie entendió la razón y preguntaron a qué se debía. Ahí apareció que era de Havelange. Y se encendieron todas las alarmas que terminaron con el castigo más doloroso: la indiferencia y el olvido.
Me tocó trabajar junto a él, en sus últimos años como Presidente de FiFA. Siempre imponente, su figura llenaba todos los espacios. Tenía costumbres únicas como antes de la cena avisar que se levantaría del lugar a cierta hora y cumplirlo… aunque no hubiese terminado de cenar.
Le pregunté una vez la razón y me dijo: “Al otro día hay mucho que hacer. Si te invitan a una hora determinada a cenar (no le gustaba que fuera después de las 20:30 horas.), tú calculas unas dos horas a dos horas y media y ya debiera estar todo terminado. Ahí me levanto y me voy a descansar para seguir trabajando al día siguiente”.
Otra era su costumbre por nadar. Una vez en Qatar (cuando se acercaba a los 90 años) le vi dar unas 50 vueltas a una piscina olímpica. Michel Platini (actual presidente de la UEFA) estaba en la tribuna y cuando terminó se puso de pie a aplaudirlo.
Pudo haber sido un gran ejemplo como dirigente, pero un paso lo traicionó y cometió el peor de los delitos: engañar a todos con las palabras y los actos.
Por eso hoy, en la gran fiesta, nadie se acuerda de quién transformó el mundo del fútbol.
Como seguramente nadie se acordará del partido entre Nigeria e Irán del día de ayer. Primer empate del torneo y además sin goles. Nadie podrá negar el empeño que pusieron ambos equipos (en ningún caso defensivos), pero carentes de lo que emociona: calidad técnica y preparación táctica para llevar peligro al arco contrario.
Ayer nos pudimos detener a ver los tres partidos de la jornada. El camino que hicimos es de doble vía permanente, lo que nos permitió avanzar de manera constante, a pesar de unos 20 peajes en 350 kilómetros. Mientras buscábamos dónde detenernos para el encuentro entre Alemania y Portugal, pusimos la radio para escuchar los comentarios previos.
Ahí nos enteramos que el día anterior, en Porto Alegre, para el partido Francia- Honduras, había fallado el sonido en el estadio, se apagó todo el suministro eléctrico a la salida del recinto y que, ante el estupor y decepción de todos, no hubo himnos patrios ni información alguna al público asistente durante los 90 minutos.
Entonces me recordé de un hecho similar que me ocurrió en el Mundial de Futsal, jugado en 1996. Estaba yo a cargo de la sede de Murcia (el lugar en el mundo donde más gente escuché hablar con acento “chileno”).
La primera jornada había transcurrido sin novedad y se venía el partido Argentina-Ucrania. Estaba todo preparado y ensayado. Los equipos salieron a la cancha. Se formaron. Se anuncian los himnos… y nada. Un silencio bochornoso. Busco explicaciones y encuentro a una persona tratando de manipular el sistema de audio. Sin resultado alguno, por supuesto.
No hay himnos ni anuncios y tuvimos que dar por iniciado el partido.
Mientras juegan, voy a la sala de audio a pedir explicaciones. “Es que el encargado salió. Me dijo qué botones apretar … y me confundí”.
Al rato volvió quien estaba a cargo. No fue necesario decirle mucho para que me dijera qué había pasado. “Es que fui por un bocadillo con mi novia… y nos atrasamos”, dijo sin vergüenza alguna. No quedó otro camino que interpretar los himnos al inicio del segundo tiempo.
Era mi segundo evento como Coordinador General (antes fueron los Juegos Olímpicos de Atlanta 96).
Esa noche pensé que después de este papelón sería el último. Por suerte me sorprendieron con muchísimas más nominaciones similares hasta el 2006.
Como me tiene sorprendido la alta producción de goles en esta justa mundialista. Ya van 44 tantos en 14 partidos, con promedio 3,14, lo más alto desde 1998, cuando el torneo se empezó a jugar con 32 equipos. Antes el 98 iban 39; el 2006, 31 y el 2010 23 tantos.
Razones habrán muchas. A mi juicio la mayor es que ya no hay equipos que aplican sistemas ultradefensivos para lograr resultados. Hoy todos –cada uno a su manera- busca el arco rival como principal objetivo.
Pero hay algunos goles que se han dado en el marco de una jugada que creí que ya era materia cursada y que se ha repetido –a mi juicio demasiadas veces- en este Mundial. Los errores en las marcas en los lanzamientos de esquina.
Ayer dos ejemplos: el segundo gol de Alemania y el de la victoria americana. Era algo que no se veía con tanta facilidad en los torneos anteriores: cabecear en solitario tras un córner.
Lo otro que era difícil de ver, es la forma como juegan los alemanes. Da la impresión, que nos queda a todos, que a la potencia habitual de los germanos se le ha agregado la paciencia por el buen trato del balón. Nunca se han desesperado los teutones, pero ahora le han sumado un juego igual de rápido, pero más virtuoso.
Esas características dejan a Alemania como candidato indudable al título.
Son conclusiones obvias, que con facilidad se extraen mientras seguimos devorando kilómetros en la ruta hacia Río de Janeiro, la tierra de Havelange, el hombre que tuvo todo el poder, pero que ya nadie recuerda.
