Ya amanece en Ollagüe. Frío, pero cielo despejado. Estamos en la Casa de Huéspedes del municipio por gentil invitación del alcalde Carlos Reygadas. Es el inicio del segundo día de una travesía que empezó con una inesperada complicación: ni bien llegado a Calama, mientras esperaba retirar los bolsos de la cinta transportadora, desapareció mi mochila.
Ahí se fueron compañeros irremplazables en el viaje como el notebook; mi pasaporte; un disco duro (para ir guardando los videos) y otros objetos que se podrán reemplazar, pero que sin duda echaré de menos como la aguja para inflar los balones de fútbol que vienen en uno de los bolsos.
También desaparecieron dólares; documentos de mi camioneta; los permisos notariales de los niños y las entradas para Chile Australia … pero todos los problemas que ello genera se pudieron salvar, recurriendo a copias. Todo salvo los tickets para el partido, pero ya habrá tiempo para remediar esa situación y si no lo hay igual, gozaremos a la Roja en Cuiabá.
Cuando uno sufre situaciones así, cae en un estado de tal rabia e impotencia que se cuestiona todo. ¿El porqué ir por tierra? Es la primera pregunta y no falta quien le manifiesta que tal vez sería mejor abortar todo, pues las cosas no han partido bien. Y claro, uno también se acuerda de los mundiales anteriores. De los cuatro que me tocó trabajar para Fifa desde Estados Unidos 94 y del honor de presidir la delegación de Chile en Sudáfrica 2010.
Sobre todo con el último, hay cambios notables. En ese entonces (partimos en un chárter directo a Nelspruit) uno iba con una responsabilidad mayor, que cada chileno te la ponía sobre los hombros: no podíamos dejar mal puesto el nombre de nuestro país, en el retorno a la gran fiesta del mundo.
Eso tiene un amplio significado. Para algunos es triunfar en la cancha. Para otros es avanzar muy lejos. Para mí era una suma interminable de factores desde la disciplina hasta despertar las emociones escondidas que tantos tenemos. Era volcar en un torneo toda la pasión por lo nuestro. Era mediante el fútbol y el deporte contribuir a un país mejor. A vivir en una mejor comunidad.
Recorrí todos esos momentos en mi mente y nunca dudé en seguir el viaje. Era un accidente y yo tenía un gran compromiso conmigo mismo: disfrutar de una aventura familiar gracias al fútbol.
Además estaba en Calama, invitado por ProLoa a dictar una charla, patrocinada por Minera El Abra, a invitados de distintos organismos, especialmente a jóvenes de tercero y cuarto medio de diferentes liceos y colegios. En total unas 400 personas que me sobrecogieron con el silencio y respeto que escucharon durante 40 minutos.
El tema: liderazgo. La tecnología me permitió recuperar la charla (preparada la noche anterior y que se fue con el notebook) y sentir, una vez más, que nuestros jóvenes quieren escuchar. Ojalá que el hacerlo también les sirva, al momento de decidir su futuro.
Con esa energía que ellos me transmitieron, más las noticias que llegaban desde Santiago que todos los papeles estaban en orden me puse a repasar el viaje. También supe que el teléfono LG G Flex también había sido reemplazado y que no tendría problemas con la comunicación.
Recogería a mis dos hijos menores (Eric de 12 e Ian de 11) en el aeropuerto de Calama y partiríamos. También ahí me encontraría con Eduardo Rojas, compañero de trabajo en la Fundación Ganamos Todos, quién venía de una actividad en Antofagasta. Aunque el vuelo sufrió un leve retraso, a las 20:03 horas ya estábamos listos para emprender el viaje.
Poco menos de 200 kilómetros nos esperaban (195 decía el letrero oficial). Al inicio camino asfaltado pero con muchas sinuosidades y después un camino de ripio, asfalto, ripio, asfalto y ripio. El asfalto perfecto; el ripio de dulce y agraz.
Una ruta que debe tener grandes bellezas naturales, que la noche nos impidió ver. Un camino que busca la altura, pues se llega a los 3500 metros y en parte a los 5000. Y eso causa estragos. Primero a mi hijo menor, que no pudo contenerse y afectado por el viaje y la puna devolvió todo lo que tenía su estómago.
A 10 kms. de llegar a Ollagüe lo mismo me pasó a mi. A pesar de ir manejando fue imposible controlar el mareo y aunque ese día no había comido prácticamente nada (puro líquido) vacié todo lo que tenía.
Situaciones así me pasan desde que tengo uso de razón. Tengo experiencias memorables como cuando a mi abuelo Nicolás le dejé su terno totalmente cochino (mientras manejaba mi padre) o como cuando compartíamos auto con Berti Vogts (seleccionado alemán en 1974, campeón del mundo) en Nueva York y simplemente tuve que abrir la ventana.
Son las primeras anécdotas de un viaje que empezó con un momento muy desagradable; que en la ruta me demostró que las tensiones por algún lado se botan y que al llegar a Ollagüe las profesoras de la Escuela, el Teniente Díaz de Carabineros de Chile (quien es oriundo de Puerto Natales) junto al administrador Municipal, Alvaro Jara nos esperaban con una cena especialmente preparada para nosotros.
Pero me la perdí. Ni bien tomé un vaso de mate de coca, el estómago no aguantó. Preferí compartir un rato y dejar a mis anfitriones con Eduardo e irme a dormir.
Hoy la jornada es larga, le hemos agregado la visita a la Escuela de Ollagüe a las 9 horas y esperamos llegar a Sucre, la capital de Bolivia.
Si la puna no dice otra cosa.