Cuesta concentrarse en un tema cuando uno se imagina el sufrimiento de otros que buscaban la misma alegría que estamos viviendo miles de chilenos en Brasil. Es que ayer, leo en Emol, del fatal accidente en la ruta rumbo a Brasil 2014 de una familia que viajaba llena de ilusión y pasión por estar en la Copa del Mundo.
A la distancia mis sinceras condolencias y deseos que superen este duro trago. Pues yo que he recorrido sobre 7000 kms., en estas dos semanas, no dejo de cuestionarme ¿por qué el infortunio cae sobre algunos? ¿qué hace que el destino ponga pruebas tan difíciles cuando uno lo que buscaba era alegría?
En lo personal, no hemos tenido inconvenientes en la ruta. Apenas un par de peatones con sus bicicletas cruzando en plena carretera y un camión que señalizó y adelantó, sin percatarse de que veníamos nosotros. También recuerdo un bus imprudente en la bajada de Oruro a Cochabamba que simplemente copó la pista contraria y el temporal de tierra en nuestro primer día en Bolivia, que casi nos lleva a una zanja. Pero nada que tomando las debidas precauciones no se pueda evitar.
Por ello me duele tanto el dolor de la familia de Darío Alonso Ortega y me impide una total concentración en narrar el programa de ayer: día de Museo. Cambiar la agradable temperatura carioca por la templada paulista, tenía como objetivo dedicar el sábado a visitar el puerto de Santos y ahí recorrer con tiempo el Museo de Pelé.
Este fue inaugurado el domingo pasado, y me enteré de su apertura (y de la inversión de 30 millones de dólares que se hizo para habilitar el edificio que lo alberga y montar el museo) y de inmediato lo puse en el radar de visitas. No recuerdo haber estado en un museo dedicado exclusivamente a un deportista. Por eso me interesaba conocer como lo habían desarrollado (y guardar la visita al Museo del fútbol de Sao Paulo, para hoy) y que exhibían.
La llegada es simple. Al ingresar, uno de inmediato se da cuenta que fue abierto contra el tiempo y todavía queda mucho por hacer. Nada de eso detiene el interés en conocer en detalle la vida deportiva (pues sólo hay referencias a su familia en su niñez, nada a su vida privada ni a sus familiares) de quien fue elegido como el Atleta del Siglo XX. Se hace fácil y entretenida la visita. Hay muchas frases, recuerdos, anécdotas e informaciones que completan lo que uno tantas veces ha escuchado de “O Rei”. Además se ven muchos objetos utilizados por Pelé en su época de jugador (zapatos, balones, trofeos, camisetas etc.) que le dan vida a un museo que rescata mucho de lo que dejó el futbolista al mundo. En mi caso, tengo un par de anécdotas con él.
La primera lo incluye y se vivió en el Mundial de 1970. En primera fase, jugaban Inglaterra y Brasil. Corría el primer tiempo y la cuenta iba 0 a 0 cuando un centro desde la derecha servido por Jairzinho encuentra el salto perfecto de Pelé quien se mantiene en el aire unas décimas de segundo para cabecear con fuerza hacia abajo muy cerca del palo lejano del arquero.
Gordon Banks, el portero inglés, se estira y de manera brillante logra salvar la caída de su valla, mientras Pelé ya gritaba gol. “Fue una gran salvada” me dijo una vez el arquero “pero lo más increíble fue cuando se me acerca Bobby Moore (capitán de la selección inglesa) y me dice: por favor, para la próxima trata de evitar el córner”.
Es conocida como la mejor atajada en la historia de la Copa. Una de las tres jugadas memorables que hizo Pelé en ese mundial que no terminaron en gol. La otra, cuando intentó sorprender al golero Vitor de Checoslovaquia desde terreno brasilero y el balón salió muy cerca del travesaño y horizontal derecho; y también la que hizo frente al uruguayo Mazurkiewicz a quien le amagó recibir el balón y seguir a su izquierda y sin embargo dejó pasar la pelota para recogerla al otro lado y sin arquero –totalmente engañado- no pudo anotar. Habría sido su obra maestra.
Pero en ese mundial su talento fue decisivo para que Brasil lograra definitivamente la Copa Jules Rimet. Anotó 4 goles (en los 4 mundiales qué jugó anotó 12); dio pases decisivos (como el gol de Jairzinho a Inglaterra para ganar 1 a 0) e hizo una genialidad al habilitar, sin mirar, a Carlos Alberto para el cuarto gol de Brasil en la final frente a Italia. Fue el Mundial de Pelé. El último. El tercero que ganó con la verde amarelha.
Un compromiso de Joao Havelange con el presidente de la Federación de Fútbol de Chile de ese entonces, Nicolás Abumohor permitió que sea Chile el primer país donde juegue Brasil tras ser campeón mundial. Presencié ese partido, en un Estadio Nacional repleto, en jornada muy calurosa, junto a mi padre y mi abuelo Nicolás. Es el único partido que recuerdo haber visto a Pelé en vivo (jugó los primeros 45 minutos) aunque mi padre me dice que estuvimos en Santos 4 Checoslovaquia Olímpica 1 de 1968 (no confundir con el de 1965, Santos 6 Checoslovaquia 4 –Pelé anotó 3 goles ante 68 mil espectadores- en lo que para muchos es el mejor partido jugado en Chile en la historia).
Con el tiempo recibí de regalo una camiseta de Brasil usada por Pelé. La tenía como un pequeño tesoro, hasta que Michel Platini me contó que el Presidente del Club Montpellier (uno de los coleccionistas de camisetas más grande del mundo) le había pedido una camiseta a Pelé para su colección y este le había mandado una de Santos actual (era el año 2004 si no me equivoco) firmada por él. Le dije a Platini “yo tengo una que usó Pele, pero es de Brasil”. Ante el interés mostrado, preferí que quedara en manos de un verdadero coleccionista, así que se la mandé de regalo al Presidente del Montpellier que desde ese día me tiene invitado a conocer su museo de camisetas.
Otra anécdota que tengo es en la inauguración de la Copa del Mundo 2006. El momento culmine de la ceremonia de apertura (que me tocó organizar) era cuando entraban a la cancha la modelo Claudia Schiffer y Pelé. Ellos debían caminar hacia una plataforma desde donde aparecería la Copa. La tomarían y juntos se la ofrecerían al mundo. Era el símbolo de la unión que despierta el fútbol, al estar dos razas tras el mismo objetivo (Y fue portada de miles de periódicos en el mundo entero). Cuando llegó Pelé al estadio y con la ceremonia ya iniciada, le pregunté si sabía que tenía que hacer. Me dijo, con una humildad impresionante, “nadie me ha explicado nada”. Misma respuesta que me dio Claudia Schiffer. ¡Se había ensayado meses la ceremonia y a minutos de que los actores principales tuvieran que salir al campo, no sabían cuál era su papel! Se los expliqué un par de veces –a Claudia Schiffer le dije que salir con taco aguja era muy riesgoso pues podía quebrarse el taco al hundirse en el pasto y simplemente sacó una maleta y eligió entre unos 40 pares de zapatos que traía- y lo hicieron perfecto. Ambos muy profesionales no se salieron nunca del esquema.
Tras su participación y de regreso a los camarines me acerco a felicitarlos y a Pelé le pido si me puede firmar una camiseta de la selección de Brasil para mi hijo Oliver y le regalo la primera versión de mi libro Historias Sudamericanas en la Copa del Mundo. Acepta firmar pero me dice: “Yo firmo si tú me dedicas el libro”. No hay problemas le digo, “pero usted me firma un libro para mi, en el capítulo que le dedico”.
Así lo hace y se despide con una gran sonrisa mientras se prepara para su segunda salida a la cancha. Esta vez integrando el grupo más selecto de la historia del fútbol: todos los jugadores que obtuvieron el campeonato Mundial (fueron invitados por FIFA a la parte final de la ceremonia inaugural) que iban saliendo ante la ovación del público.
Recuerdo que Pelé salió como un niño a juntarse con sus compañeros y con tantos amigos. Tres copas del mundo podía mostrar en su curriculum. Tres veces podía salir. No hay otro jugador en la historia que lo haya logrado. Pero en su andar se notaba que mantenía la misma ilusión que cuando niño, en la época que jugaba con pelotas hechas con medias y papel, le dijo a su padre, tras la final de Brasil Uruguay en el famoso Maracanazo, “no esté triste padre. Escuche bien. Yo ganaré esa copa y se la traeré a usted”.
Palabra que cumplió con creces y que le da gran vida al Museu de Pelé en la ciudad de Santos, la que gracias a su equipo de fútbol y el único rey elegido por el pueblo se hizo famosa en el mundo entero.