Le costaba creer a los rojos que hubiese tanta gente alentándonos.
Desde las tribunas bajaban gritos muy alejados de los que tradicionalmente escuchan.
Levemente llegaba al campo el tradicional Hopp Hopp Schwiiitz que se grita en suizo alemán; o el Hop Hop Suisse que lo hacen en francés o el Forza Svizzera en italiano.
Esta vez no era en ninguna de las tres lenguas oficiales de Suiza la que los instaba a ganar. Era en un idioma complicado de entender: Suuiiiiça, Suuiiiiça …
Pero no importaba. Como eran miles, quizás si la mitad del estadio los que les daban el apoyo, los jugadores se fueron superando, hasta que lograron dominar completamente las acciones, sacaron varios olé, olé cuando ellos parecían los sudamericanos y manejaban el balón a la perfección.
Pero no pudieron con el peso de la historia y el vertical derecho del arquero rival. Un cabezazo limpio cuando ya no quedaba nada de tiempo, lo devolvió caprichosamente el palo con tanta fuerza que el rebote le cayó tan encima al mismo cabeceador que con la canilla la envió afuera desatando el segundo grito de júbilo de los argentinos en el partido.
Es que el encuentro no pasará a la historia por su calidad ni intensidad. La tarde de ayer el espectáculo se trasladó a las pobladas tribunas del Arena Corinthians. Casi la mitad pintada de amarillo; la otra albiceleste; y lo sobrante entre los suizos y los neutrales.
Entonces a cada grito de los argentinos, contestaban los brasileros.
Lo más escuchado en la tarde fue: “Brasil dime que se siente, tener en casa a tú papá, te juro que aunque pasen los años, nunca nos vamos a olvidar, que Maradona gambeteó, Cani te vacuno, estás llorando desde Italia hasta hoy, ahora a Messi vas a ver, la Copa nos vamos a traer, Maradona es mejor que Pelé.”
No terminaban de cantar y ya se oía “Mil goles, mil goles, sólo Pelé, sólo Pelé, sólo Pelé; Maradona es cheirador (algo así como inhalador)” y lo cerraban con “Hexa, Hexa, Hexa” mostrando la mano con sus 5 títulos mundiales a la espera del sexto.
Así fue todo el día de ayer. Desde que venían en el metro rumbo al estadio; durante toda la antesala –especialmente en el ingreso- en los 120 minutos de juego y al regreso a sus casas u hoteles. No vi actos de violencia, pero sí mucha agresividad verbal, aunque en el sector que estábamos nosotros al final del partido terminaron abrazados con los brasileros cantando “paciencia, que su hora ya les va a llegar” y la respuesta “Volveremos volveremos, volveremos a ser campeones como el 86“.
Es entre argentinos y brasileros el mayor clásico del fútbol en la historia. No es el más antiguo ni mucho menos.
Frente a Brasil, Argentina recién viene a jugar en 1908. Y no hay espacio para clásico en esos días. En los 4 primeros partidos Argentina los gana todos anotando 18 goles y recibiendo sólo 4.
La rivalidad va creciendo lentamente y la primera gran manifestación que conozco es el 16 de junio de 1950, cuando se interrumpe el juego entre River Plate y San Lorenzo, el 16 de julio de 1950 para anunciar por los parlantes que Uruguay ha salido campeón del Mundo derrotando a Brasil y, mientras sus compañeros lo levantan en andas, todo el estadio le da una ovación a Walter Gómez, uruguayo que jugaba en River. A ese mundial, Argentina simplemente se negó a ir por problemas con los directivos brasileros.
En mi caso, también he sentido esta rivalidad.
La risa vino el día del partido entre Inglaterra y Brasil, por cuartos de final en Shizuoka, Japón, durante el Mundial 2002. Acostumbrado a leer la prensa internacional, reviso el diario Olé de Argentina. Titularon en primera página: “¿Cómo hacemos para eliminarlos a los dos?”.
La primera vez en vivo fue en Suwon, Corea, el 13 de junio del 2002. Jugaban esa tarde Brasil frente a Costa Rica. Tras llegar al estadio, los jugadores brasileros salieron a reconocer el campo.
El momento coincidió exactamente con la exhibición, en la pantalla gigante, de los goles del partido entre Suecia y Argentina, jugado la tarde anterior en Myagi, Japón. El empate a 1 gol, significó la eliminación de los argentinos del torneo. Los brasileros se sentaron en la banca de reservas a ver los goles.
Cuando muestran el de Svensson para Suecia y posteriormente el pitazo final del partido, era increíble como saltaban, corrían, se hincaban, se abrazaban y festejaban los brasileros. Era como si hubiesen ganado ellos. Ahí estaban Rivaldo, Ronaldo, Ronaldinho, Cafú, Roberto Carlos y todos los cracks que salieron campeones mundiales en ese torneo y que trajeron a Brasil el Penta.
El otro que recuerdo fue en el Mundial de Alemania 2006.
Diego Maradona trabajaba para una cadena española de televisión haciendo comentarios. Cuando no tenía que laborar, se paseaba por Alemania con 8 amigos haciendo coincidir el turismo con encuentros de la Copa.
En Munich, el 18 de junio, se debía jugar el segundo partido del Grupo F: Australia frente a Brasil cuando el día antes recibo un llamado. “Necesito 8 entradas” me dice Maradona “para mí y mis amigos”.
“Te acomodo en el palco VIP y no tenemos problemas” le respondo. “Por ningún motivo. Yo quiero estar con la gente, donde se vive el fútbol de verdad. No quiero ir al palco” me contesta.
Fue imposible convencerlo y salimos a buscar entradas en el sistema. Encontramos 8, pero no todos juntos. Todos en el mismo sector pero separados. Se lo dijimos y aceptó.
Maradona llegó poco antes de los himnos y se instaló. Lo rodeaban brasileros.
Yo estaba en mi posición en la cancha y cuando iban unos 20 minutos había un tráfico inusual en las radios. Iban y venían voces en alemán, inglés, español. Todos hablando al mismo tiempo. Hasta que me desentiendo del juego, me voy al túnel y pregunto qué es lo que pasa.
“A la izquierda del palco VIP hay un lío entre los fanáticos. Algo pasa”. Me asomo a ver y veo un gran barullo, pero no identifico a nadie. Hasta que minutos después me dicen “es el sector donde está Maradona”.
Ahí mismo me doy cuenta de que lo que debe estar pasando. Después lo supe. Era muy simple: Maradona no encontró nada mejor que alentar, desde la canción nacional a los australianos. Y los fanáticos brasileros reaccionaron contra él.
Tuvo que ir la policía y Maradona se negaba a salir del sector. No entendía lo que los policías le pedían. El desorden continuaba y había que terminarlo antes de que pasara a mayores.
Y me acuerdo de mi gran amigo Enrique Byrom, que estaba en el palco. Mexicano de nacimiento, ahora vive en Inglaterra y es la persona visible encargada de todos los alojamientos de la Copa del Mundo desde México 86. Era el hombre para solucionar el tema y le pido que vaya para allá.
Habla con los policías y los saca del lugar; después conversa largo con Maradona hasta que lo convence que lo acompañe al palco y vean desde ahí lo que queda del partido.
Se calma todo cuando los 8 dejan esos asientos. Diego ocupa el lugar destinado a Enrique en el palco.
Tras el partido, con Brasil vencedor por 2 a 0, subo a ver si todo está bien.
Alcanzo a saludar a Maradona cuando ya partía al ascensor “Gracias pibe” me dice “por suerte me mandaste a ese mexicano amigo tuyo. Los brazucas estaban bravos”.
Como estas hay muchas historias entre los “hermanos”.
Es el clásico del mundo, cuyo último partido en una Copa fue en Italia 90 con Argentina clasificando a cuartos de final tras ganar 1 a 0. “Con el baile que nos dieron, si no nos hicieron un gol en el primer tiempo hoy ganamos” le dijo Bilardo a los jugadores en el entretiempo.
Y así fue. Desde ahí la rivalidad sólo ha crecido y con certeza absoluta, el próximo sábado en Brasilia nuevamente la torcida brasilera estará alentando al rival de los “hermanos”, esta vez al de los “diablos rojos”de Bélgica.